Brazos abiertos, cabeza al cielo, para allá, para acá, para adelante, para atrás. Se detenía, se adelantaba, giraba, se agachaba.
Esa sensación de forcejear y ver por arriba y por abajo del pañuelo que cubría sus ojos y la extrañeza de no arremeter para aflojarlo lo suficiente y de una vez por todas.
Por arriba, por abajo, y los vio venir, como siempre, vestidos de blanco. Duendes con gorros negros que intentarían ajustar el nudo de esa venda...
Por arriba, por abajo, por arriba, para arriba, para arriba, la venda en cofia, y la cofia en la cabeza de la nena que juntaba flores y ellos, caminando por el costado, por la derecha, por la izquierda, para adelante, para adelante, entre los arbustos del parque del hospicio; tranquilos, como si nada, como si algo, como si todo. Su Caperucita de siempre, adulta a contramano del tiempo y del espacio, hacía ramos.
Para abajo, para abajo, para abajo… Y la cofia otra vez venda; otra vez, floja. Un alambrado, un agujero. Las siluetas casi desdibujadas. Por arriba, por abajo. Un alambrado, un agujero. Y un camino más largo.
Sin venda.
Gabriela Vilardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario