miércoles, 11 de mayo de 2016

Donchu - Pablo Méndez / Don't You (Forget About Me) - Simple Minds

Los hombres siempre terminan durmiendo en el sillón, pensé. Supuse que era una actitud de caballero que se sostenía de generación en generación. Me levanté y preparé café. Mientras la pava hervía y yo luchaba por embocar el filtro en la cafetera escuché sus movimientos en la cama. Siempre tuvo la habilidad de hacer notar su presencia aunque no estuviera en mi rango de visión. La escuché darse vuelta varias veces, incluso me di cuenta cuando tomó su reloj pulsera para saber qué hora era. La noche anterior había sido un caos y con seguridad no había dormido nada.
Serví dos tazas de café fuerte y prendí la radio. Sabía que a ella no le gustaba la intensidad del Nescafé ni tampoco despertarse con música. Pero lo decidí así, como un pequeño acto de confrontación. Estaba enojado, ella también. El café humeante sería el intermediario para una charla que tendría de todo: reclamos, insultos, voces subidas de tono y un final.
Mientras giraba la cucharita para desparramar el azúcar del fondo de la taza, recordé el momento en el que la conocí siete años atrás. Estaba con un trago en la barra de New York City. El pelo era una maraña de rulos suspendidos y alejados de la ley de gravedad, los pantalones Jordage nevados ajustados y un millar de pulseras en su muñeca izquierda. La miré gran parte de la noche, hasta que desde los parlantes escuché mi tema favorito. “Don’t you forget about me” de Simple Mind sonó con fuerza y me encaminé decidido hacia ella. Antes de decirle Hola o un ¿Cómo estás? o un No te había visto antes, ella me apuntó con el dedo y preguntó ¿Sabés cómo se llama este tema? Por supuesto que lo sabía y por suerte hice gala de mi inglés aprendido en ese cursito de tres meses. Don´t you forget about me, dije sobreactuando cada músculo de mi boca para que la fonética fuese perfecta. Ah, viste que era Donchu, le dijo a una amiga que estaba a su lado y que yo no había visto. Y lo dijo así, con la d bien marcada y una ch clavada con martillo en la palabra. Por supuesto no le corregí la pronunciación y me enamoraré instantáneamente de ella.
Y ahora después de siete años sin proyectos, sin un futuro imaginado para ambos, solo teníamos mi carrera de escritor frustado y su vida atribulada de nena bien. Peleándonos como perros por un hueso imaginario. La década había cambiado, la música había cambiado, nosotros éramos solo retazos de nuestra adolescencia. La noche anterior había sido mucho y lo peor es que no recuerdo por qué comenzó la batalla. Dije algo imprudente y ella se tomó revancha y quemó la cabeza de Obi Wan Kenobi en la hornalla de la cocina. El muñeco más preciado de mi colección. Dije que ella era una caprichosa y que su culo no era el de antes. Solo atinó a decir que se masturbaba con la publicidad de Ivo Cutzarida porque yo ya no la calentaba. Entre gritos y gestos desbocados nos empezamos a besar y terminamos desnudos en la cama. Esos momentos se deberían aprovechar: la adrenalina subida a la cabeza, el cuerpo con esa temperatura que provoca el enojo, esa violencia contenida para después desparramarla en la mejor sesión de sexo posible. Pero no pude, tal vez, por la imagen de ella hurgando su intimidad mientras el jopo lleno de gel de Ivo Cutzarida chorreaba por la pantalla del televisor. No pude. Ni siquiera cuando le pedí un momento y fui hacia el baño y traté de hacerme reaccionar con una de esas viejas revistas Libre que tenía escondidas, donde Silvia Peyrou dejaba ver sus pezones en un Baby Doll transparente. Y dije que no podía y ella me gritó impotente en un estallido de lágrimas.
Estaba terminando el café cuando la vi levantarse con la remera larga con la estampa de Don't worry, be happy que usaba para dormir, a los tumbos, viniendo hacia mí, con el pelo revuelto y los ojos hinchados. Se sentó en la silla y puso los pies sobre la mesa. No tocó el café y comenzó a jugar con un hilo que sobresalía de una de sus medias. En la radio sonaba una canción que yo no podía identificar, aunque la conocía. En ese momento mis sentidos estaban agazapados a la espera de esa última pelea que lo definiría todo. Me gusta el tipo que canta esta canción, dijo con una naturalidad que se clavó en mi estómago. Además, viste la fama de los negros, ¿no?, agregó con la audacia de un francotirador a punto de asestar su disparo. Claramente había plantado sus cañones para que esa mañana fuera una declaración bélica de antología. Era el final y debía estar a la altura de las circunstancias, no dejaría mi situación de novio sin dar una buena batalla. En una fracción de segundos pensé en todas las respuestas que la dejarían sin ánimo para otra ofensiva. Preparé mis cuerdas vocales para contestar con la mejor ironía que se me ocurriese y así provocar el mayor daño posible. Y así fue que dije: “Prince es petiso”. Me avergoncé en el acto por la tibieza de mi avance. Ella sonrió de costado y dijo “Sí, Prince es negro y petiso”. El silencio se apoderó del lugar. Nos miramos expectantes. Ambos comenzamos a reír.
 Pablo Méndez


6 comentarios: