domingo, 12 de junio de 2016

Contravención en La menor - Mauricio Koch / Ella vendrá - Palo Pandolfo

Teníamos doce o trece, estábamos en primer año y recién empezábamos a salir de noche, con permiso hasta cierta hora, que desobedecíamos siempre aunque después en casa nos costara caro. Tomábamos alguna cerveza y solo para presumir, a veces comprábamos entre varios un paquete de Saratoga. Ni siquiera tragábamos el humo, pero posábamos y sacábamos pecho.
Nuestro lugar de reunión era el monumento a San Martín. Íbamos ahí porque habíamos descubierto un enchufe secreto y podíamos escuchar música con el grabador de Marcos. No teníamos amigos ni hermanos mayores que nos guiaran o recomendaran aquello no, esto sí es muy bueno, escúchenlo. Lo seguíamos un poco a Fer, que se pasaba tardes enteras siguiendo los rankings de FM y anotaba las ubicaciones y los nombres de las bandas para después encargarle al padre cuando viajaba a la capital que le trajera los casetes. Yo lo envidiaba en secreto.
Lo que más escuchábamos era rock nacional: Soda, Los Abuelos, Virus. Grupos rosarinos que duraban un verano, con suerte dos: Grafiti, Identikit, Punto G, Certamente Roma. Y de Buenos Aires, lo mismo: bandas de las que sabíamos todas las letras y la vida de los músicos más que ellos mismos y que hoy son piezas arqueológicas: La KGB, Cosméticos, La Sobrecarga. Y mi favorita: Don Cornelio y la zona. Yo podía escuchar cien veces seguidas Ella vendrá y volver a retroceder la cinta para cerrar los ojos y soñar una vez más con que ella al fin vendría y el techo dejaría de aplastarme.
Una de esas noches, mientras cantábamos con Palo, el patrullero estacionó y el más gordo de los dos policías gordos que recorrían el pueblo se bajó. Todos lo conocíamos, y él nos conocía también. No anduvo con vueltas: arrancó el cable de un tirón, agarró el grabador, dijo que lo que estábamos haciendo era “un delito federal” y que si nos volvía a ver nos llevaba “uno por uno a lustrarle las botas al comisario”. Subió al patrullero y se fueron despacio.
Tardamos unos segundos en reaccionar.
Al día siguiente, el padre de Marcos fue a reclamar el grabador a la comisaría. Se lo dieron. Pero Fer no recuperó su casete y no recuerdo si lo volvió a comprar.
Ella no vino, y al poco tiempo se puso de novia con el hijo del gerente del banco.
Palo y su voz me siguen acompañando hasta hoy, es un “delito federal” que me resisto a dejar de cometer.
Mauricio Koch

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