—Manejalo.
Era enorme. Para subirme tenía que levantar una pierna lo más alto posible, agarrarme de las barandas, hacer fuerza con los brazos, y pegar un salto para subir. Me senté al volante y miré para abajo, me mareé. Dimos dos vueltas por el campo y el Mono me dijo que saliera a la calle. Fue una sensación rara, no podía manejar con una mano, había que meter tercera para salir, abrirte más en las esquinas y el ruido era terrible. Al motor no lo parabas con nada, ni con el freno. Fuimos hasta donde la avenida se cruzaba con el puente del tren. Solté de a poco el acelerador, ya desde lejos se veía que el camión pasaba cagando por debajo del puente o no pasaba. Máxima tres noventa, decía el cartel.
Todavía no calculaba cuánto medía el frontal, ni cuánto pesaba, ni qué tan largo era. El Mono me dejó llegar hasta la boca del puente.
—Frená.
Me hizo bajar del camión para que viera si pasaba.
—Ante la duda te bajas y mirás si no toca. No importa lo que diga el cartel, al cartel lo pone gente que no conocés y uno no confía en la gente que no conoce.
Mariana Komiseroff
De este lado del charco. Argentina: Editorial Conejos. (2015)
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