La casa tenía una onda londinense: muchas escaleras. Los marcos y las molduras eran celestes, las ventanas daban a las vías del tren. Vine a unas vacaciones, le decía y él lo tomaba como algo natural.
En la cocina había olor a tostadas. Me cebaba mates con su pelo revuelto y sin hacer preguntas. Yo tampoco me peinaba y lo miraba con mis pies siempre descalzos subidos a la silla.
Eran días felices que no resolvían nada, pero estábamos juntos.
Nos tirábamos en la cama a mirar tele y apoyaba una de sus piernas sobre las mías.
Qué triste iba a ser no volver a verlo. O vernos de nuevo pero distintos. Sin impunidad. Desnudos de secretos.
Antes de despertarme supe que las vacaciones habían terminado. Nos habíamos cruzado a destiempo. Qué clara es la vigilia a veces.
Suena la alarma. Hay olor a tostadas pero no tengo ningún bolsito verde militar.
Analía Medina
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