miércoles, 13 de julio de 2016

Chica de caño - Giselle Aronson / I'm Outta Love - Anastacia

Le da el último sorbo al vodka alimonado que Angelita le ofreció. Melody se prepara para su gran debut en el Silver. Con el trago es suficiente para sacarse alguna inhibición residual y aplacar el frío que hace por esa fecha en la ciudad.
Practicó toda la semana; se cercioró de que el caño estuviera bien ajustado al piso y al techo; bastante tuvo ya con los golpes que se dio durante tanto ensayo.
Echa un vistazo por una rendija del telón y ve a todos los que Angelita le marcó hace un rato; “los de siempre”, dijo: el empleado municipal; el pelado; Jorge, el Hugh Grant del barrio. Divisa también a otros: uno muy parecido a Robert de Niro con el pelo largo, un gordito con sombrero de cowboy y un hombre delgado con cara de nene que fuma un habano. Muchos más se suman al espectáculo que ella observa desde ese lado, pero ya no alcanza a distinguir, por el humo, por los nervios y porque el alcohol comienza a correr por el río sanguíneo, camino a su cerebro.
Se ajusta las prendas, los abrojos, los cierres; dispara una señal al asistente que sostiene la cuerda y al musicalizador.
El telón se abre y comienza el show.
Melody ya no ve a nadie. La luz la inunda, el vodka ya se instaló en cada neurona y deja liberada a cada fibra de su cuerpo que danza, al servicio de una fuerza desconocida.
Avanza hacia el caño, lo abraza. Se separa de él para volver a aferrarlo. Se coloca por delante y se mueve hacia arriba y abajo. Sabe que están gritando y silbando, pero ella sólo escucha la música.
Con un movimiento amplio y continuo se quita el piloto y queda con un traje de baño bordado con lentejuelas, mínimo pero respetuoso de lo que no quiere mostrar. Sube por el tubo plateado, lo siente frío, pero sabe que son los primeros segundos. Sabe que, poco a poco, el metal muta y se convierte en un animal amansado bajo la fuerza de sus músculos. Ambos, el caño y Melody, se dejan llevar.
Cuando llega a la cima enrosca las piernas, rota y queda suspendida, cabeza y torso hacia abajo, unos segundos y va bajando lentamente, hasta quedar tendida sobre el escenario. Y otra vez se abraza al caño y se aleja. Y retrocede, y toma impulso, y se avalanza, agarrándose con las manos y girando en espiral. Como si fuera un eje natural y ella un satélite.
Melody baila, su cuerpo es un ser autónomo y no responde más que al antojo de su deseo, caprichoso y anónimo.
Se trepa y desciende, gira y baila. La canción termina, ella se detiene y espera que el escenario quede a oscuras.
Cuando sale, el asistente le alcanza otro trago. Melody lo bebe de un tirón, sin respirar y satisfecha.
Giselle Aronson

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