miércoles, 20 de julio de 2016

Instintos de mujer - Natalia Zito / Entrégate - Luis Miguel

Cuando tenía dieciséis tenía un novio de veinticinco, motoquero y musculoso. En esa época, yo escuchaba Entrégate de Luis Miguel. La palabra prisionera no me resultaba desagradable y no tenía nada para decir acerca del hombre como el que quiere llevarte al valle del placer, mucho menos de las corriditas romanticonas del video, que combinaban bárbaro con los príncipes de los que hablaba mi mamá. Todo eso me parecía legítimo tanto como las escenitas de celos de mi novio motoquero, que me esperaba como sorpresa de amor a la salida de la escuela, sin siquiera sacarse el casco negro. Tampoco tenía mucho qué pensar cuando pasábamos más horas separados de lo que él podía soportar y me llamaba lleno de reclamos que de tan lógicos me hacían sentir culpable y desamorada.
Algunos años después de terminar con él fui a mi primera psicoanalista para poder olvidarlo. Tuve tres analistas: esa chica joven, una señora hecha y derecha, y un señor común al que sentía que podía dejar en cualquier momento sin el más mínimo planteito. Con éste último estuve unos ocho años y el análisis que había comenzado con la chica joven llegó a su fin.
La gente piensa que ir al psicoanalista es para siempre, entonces abandonan en la primera de cambio. Pero el análisis tiene un final. Lleva años, es cierto, pero ningún psicoanalista que se precie apunta a tener a sus pacientes de por vida. Son los pacientes los que, echados a descansar en la supuesta infinitud, no siempre hacen lo necesario para llegar a término. ¿Qué significa llegar al final? Al fin de un análisis nadie es creyente. La panacea seguro que no. El final es siempre algo pequeño e irreversible. Se termina cuando se gasta, cuando dio lo que tenía, cuando quedan cosas por pensar pero nada más que preguntarle al psicoanalista, al que durante años se le supuso el saber casi supremo. Queda un saldo: saber qué hacer cuando la brújula pierde el norte. Saber no siempre es concretar, pero ya no hay manera de mentir que no sabes. Terminar también es haber perdido.
Estoy volviendo a casa luego de un día en el consultorio donde algunos pacientes lograron divorciarse, bajar de peso o viajar en ascensor sin temer la muerte, mientras otros siguen presos de sí mismos. Me esperan mis hijos. La calle que miro desde la ventana del 152 no me dice nada, pero en la radio empieza a sonar Entrégate de Luis Miguel. Esta vez no cambio. Me quedo escuchando el prisionera, recuerdo mis príncipes en moto y me pregunto qué me queda de aquella. La primera vez que se me ocurrió escribir ficción, escribí dos páginas en birome sobre la historia con este novio al que amaba a pesar de sus reclamitos. Pensé Instintos de mujer como título, pero entonces ya me daba risa. Las guardé durante años sabiendo que nunca se iban a convertir en una novela, pero eran, aún antes de que yo pudiera saberlo, la garantía de que alguna vez escribiría.
Al final del análisis hay menos que respuestas. Queda un cauce que se acepta y no se elige. En mi caso, cuando nada funcione o cuando sea feliz, se trata de escribir.
Natalia Zito


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