domingo, 24 de julio de 2016

El verano se fue - Celso Lunghi / Summer Moved On - A-ha

¿Te conté que cerró VideoData? Sí. El año pasado cerró. Falleció La Ñata (¿Ñata era que le decían a la dueña?) y él se decidió a cerrar. Ya prácticamente ni trabajaban. Los mató la llegada del DVD. Porque ellos se negaban a traer, ¿te acordás? Era VHS o nada. No negociaban. Ni siquiera cuando las películas salían en los dos formatos. ¿En serio te habías olvidado? Al principio (te estoy hablando del 2004 o del 2005), las películas salían en los dos formatos, en VHS y en DVD. Te decía: falleció La Ñata y él se decidió a cerrar. Y… eran viejos. Setenta y largos, calculale. Aparte, toda la vida en ese local. ¿Te acordás que anotaban las películas que te llevabas en un cuaderno de tapa dura? Yo me acuerdo perfectamente. Nunca incorporaron una computadora: era manuscrito el sistema. Y, cuando las devolvías, las tachaban con una lapicera y las hojas quedaban con relieve. La máxima tecnología que incorporaron fue un rebobinador. ¿Cómo que no? Ellos renegaban con que nadie le hacía caso al cartel que habían pegado en las cajas de las películas y, con ese aparatito, en un segundo, las rebobinaban. A mí me encantaba devolverles las películas sin rebobinar para que lo usaran adelante mío. Claro. Y, al tiempito, él también falleció. No habrán pasado ni dos meses. Enseguida que falleció La Ñata, mandó el lote de VHS a remate, cerró el local y, a los dos meses, él también falleció. Viste que, en matrimonios grandes, suele pasar: se muere uno y, en el acto, se muere el otro, de tristeza. Quién se los habrá comprado, ¿no? ¿A vos no te intriga? No me quiero poner nostálgico, Hernán, pero, con esas películas, se fue una parte de nosotros. De ahí, repasemos, nos llevamos los clásicos: Halloween, El exorcista, La noche de los muertos vivos. No errábamos fin de semana, ¿vos te acordás? En tu casa o en la mía (generalmente, en la tuya), nos juntábamos a ver una de terror. Sin embargo, hubo un viernes que fue distinto. Yo sé que a vos este asunto de incomoda, pero, por favor, entendeme: lo necesito. Me acuerdo que desde temprano te notaba nervioso. Y que fue cuestión de entrar a VideoData, saludar a La Ñata, que yo encarara derechito para el estante de siempre y que vos, ante mi sorpresa, te desviaras. Y fue, además, seguirte y que, con la mirada, mudo, me señalaras la fila de abajo: las cajas que estaban forradas de negro. Y fue, finalmente, negarme y que vos me tildaras de cagón y agarrar una que no era pero, por lo menos, parecía. Creo que una española. En este punto, mis recuerdos se tornan difusos, por eso dependo de tu ayuda. Y, esa madrugada, apenas tus viejos se acostaron, metiste la película en la videocasetera y, en vano, te abocaste a buscar alguna escena que nos inspirara. Y, fastidiado, puteaste y te sentaste a mi lado y el abrojo de tu malla quebró el silencio y, a continuación, el abrojo de la mía y vos deslizaste tu mano y yo te imité y, durante un rato, lo único que se escuchó fue el sonido de mi respiración entrecortada. Al otro día, en tu quinta, replicamos la escena. Adentro de la pileta, de espaldas a la calle. Y vos te animaste a acariciarme el pecho (eras el que tomaba la delantera: yo me dejaba guiar) y yo te acaricié el tuyo y, a cada nuevo encuentro, ganábamos proximidad. El problema era que después no podíamos tocar el tema. Perdoname que insista, Hernán, pero, con esas películas, se fue una parte de nosotros. Quién se habrá comprado ese lote, ¿no? Te juro que, de haberme enterado, habría sacado un crédito. O habría salido a robar. Y no exagero. Cualquier cosa con tal de conseguirlas. Me acuerdo que habíamos alquilado El proyecto Blair Witch la noche antes del accidente y que fue mi vieja la que me despertó con la noticia: vos y tu familia habían chocado rumbo a Mar del Plata. Y fue ahogar mi llanto en su pecho y agarrar una hoja y escribir compulsivamente y no dejar de hacerlo en estos casi diez años y conjurar tu ausencia a través de un diálogo imaginario y aprovechar la oportunidad para confesarte algo: la próxima vez que nos viéramos, Hernán, tenía pensado robarte un beso.
Celso Lunghi


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