Un grito en el palier o en el departamento del vecino me recuerda otras épocas mientras el platillo repica sobre algo que me molesta de mí y no logro develar. Debe ser culpa del saxo. Un saxofonista de Hamelin que me distrae y me lleva hasta una especie de río hecho con pocas líneas para dejarme allí, desguarnecido. Trato de imaginar el cuerpo desnudo de la mujer del callejón pero se me confunde con el tuyo, que vuelve siempre como el mismo y truncado boceto; igual que el saxo vuelve ahora al punto de partida, aunque parezca más fácil inventar que recordar, empezar de nuevo antes que volver a caer en este callejón en re menor, sobre estos despojos de mujer dando pasos como notas, notas como pasos: la re sol re fa re do sostenido sol pisa ella cada vez pero siempre detenida parece, como si cada sonido fuera un nuevo intento, una nueva oportunidad postergada hasta el ataque de la próxima nota, que demasiado rápido pasará para caer en el juego histérico de un semitono deteniéndose, dando fin a un recorrido que nunca empieza del todo.
Un par de sonidos ásperos se confabulan para sobresaltarme, inquietándome, pero no, no es mi teléfono inaugurando esperanzas, sólo notas que desaparecen como huellas en el agua. Un re sabio se sostiene en el bronce, reverbera entre armónicos, del contrabajo, del platillo que repiquetea cínico una y otra vez.
Algo susurra en el departamento del vecino o en los parlantes.
Debería irme a dormir. Le doy play una vez más.
Alejandro Pereyra
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