Pronto eso pasó a ser una simple anécdota. El resto fue vida.
Le dio de mamar.
Pasó noches acunándola.
Le contó cuentos.
La vio crecer.
La vio saltar a la soga, al elástico, a la rayuela.
La retó y la puso en penitencia
Le hizo creer en Papá Noel, en el Ratón Pérez y en el conejo de Pascuas.
La llevó de viaje cuando cumplió 15.
Le hizo creer en la libertad, la honestidad, el estudio, el amor, la paz.
La alentó cuando decidió estudiar filosofía, aunque ella no entendía mucho de qué se trataba.
La vio convertirse en una joven enérgica.
La oyó defender sus derechos y hablar de política.
La vio preparar banderas. Reunirse horas con sus amigos.
La escuchó llegar tarde algunas noches.
La vio llorar por las injusticias y la cubrió de abrazos.
La perdió un septiembre.
Después, ella misma hizo banderas, se convirtió en una mujer enérgica, defendió sus derechos, lloró por las injusticias, abrazó a otras madres.
Y dio vueltas.
No paró nunca de dar vueltas en una plaza estrangulada en llanto.
Carina Migliaccio
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