La madrugada del sábado avanzaba lento. Ya eran las dos. Las amigas de Mara se habían dispersado por el boliche, en busca de sus presas. Estaba sentada en un sillón, tomando una Fanta. De repente, un chico se le sentó al lado y empezó a hablarle. Cómo te llamás. Cuántos años tenés. De donde sos. Qué hacés. Qué estudiás. El chico parecía interesado en las respuestas de Mara. No tenía la sonrisa socarrona de los que la encaraban después de las tres de la mañana. Tampoco relojeaba para todos lados, perseguido de que sus amigos lo vean con ella. Mara iba haciendo “checks” en su lista de requisitos para ser príncipe. Cuando al chico se le acabaron las preguntas, hubo un silencio de unos segundos. Mara bajó la mirada. El chico aprovechó y la besó. Ella mantuvo su boca cerrada, como en los besos que le daba al espejo. Mantuvieron sus labios pegados por unos segundos largos, densos. El chico olía parecido al espejo después de pasarle Blem. Cuando despegaron sus labios, se quedaron en silencio.
–Perdiste una apuesta, ¿no? –dijo por fin Mara.
– ¿Qué? –dijo el chico–. ¿Qué apuesta?
–Seguro con tus amigos hicieron una apuesta a ver quién tenía que venir a hablarme. Y perdiste.
– ¿Qué apuesta?–insistió el chico meneando la cabeza–. En todo caso, además, gané.
–Viste.
– ¿Qué?
–Te doy $100 si te chapás a aquella que está ahí –dijo Mara poniendo voz de pibe y se levantó del sillón esperando que el chico la siga–. Por lo menos si ganaste, comprame otra Fanta que estoy muerta de sed.
Leandro Bertoia
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