domingo, 21 de agosto de 2016

Una casa no es un hogar - Javier Núñez / A House Is Not A Home - Ella Fitzgerald

“A House Is Not a Home”, dice una vieja canción. En estos años que transcurrieron desde mi separación y transité ese desconcierto inevitable me encontré repitiendo esa afirmación varias veces, formulando teorías sin sustento y refutando mis propias elaboraciones. El proceso de mudanza y este hatajo de cajas en las que voy guardando ciertos elementos habituales de cualquier hogar traen de nuevo el tema a primer plano. Nunca — o casi nunca — me sentí a gusto en este departamento que estoy a punto de dejar. Fue necesario, indispensable, en cierto momento. Y hasta me generó cierto alivio y bienestar emocional. Pero nunca dejó de ser un lugar de tránsito, un espacio temporal, como una prolongada estadía de hotel. Se puede construir, comprar o alquilar una casa; nunca un hogar. El hogar es otra cosa. Eso fue lo primero que descubrí. Y no basta con llenar el espacio con los elementos que se supone conforman el hogar. Los elementos habituales o comunes — los juegos de platos, las ollas y sartenes, el sillón que poco a poco toma la forma de un cuerpo, los rincones específicos en los que encontrar ciertas cosas que sabemos que solemos dejar allí, las sonrisas familiares en los portarretratos — no son constitutivos de un hogar. El departamento, si acaso, se parecía a un hogar en esos ratos en que a mí se me daba por hacer salsa y el olor se entremezclaba con el rumor de voces de mis hijos, que soportaban estoicos mi torpe aprendizaje culinario; o cuando la chica de ojos pardos cantaba en la ducha o llegaba sin avisar y yo suspendía el raquítico tecleo para hacer café o desnudarla.
“Creo que la mujer es el hogar” dice el narrador de una novela de Jorge Fernández Díaz que leí unos días atrás. “Cuando uno se separa y es un caballero, abandona la casa sin chistar y alquila un departamento. Ese bulín primero es una oficina, luego un dormitorio y al final, como máximo, una casa. Nunca será un hogar. Porque el hogar es la mujer. No puedo explicarlo, pero es así. Nosotros, los nacidos y criados en cautiverio, los que pasamos sin transición del hogar materno al hogar matrimonial, no soportamos la intemperie. Y nos sentimos tremendamente solos.”
Supongo que algo de eso pasa en muchas disoluciones y no figura en ninguna división de bienes: cómo una de las partes se queda con la noción de hogar — acaso mutilada, hasta que por fin un día se deja de notar lo que ya no está — y la otra la pierde por completo. Entonces se hace precisa la reconstrucción. Pero a diferencia de Fernández, creo en la posibilidad de otras formas. La noción de hogar es un concepto subjetivo conformado por múltiples aspectos. Hasta hace unos años, después de haber pasado por muchas casas que siempre consideré mi hogar, después de haber saltado sin transición del hogar materno al hogar matrimonial, creí que lo llevaba a cuestas. Desde hace un tiempo, en cambio, me empeño en construirlo en el vacío de las casas que alquilo. No conseguí patio con plantas pero sí parrillero, y un banquito al aire libre para leer por las tardes o en las mañanas de sol. Una habitación que los chicos ocupan dos o tres veces a la semana, pero que aún en los días en que no están sigue siendo de ellos. Los cajones y cepillos y sectores del ropero para una chica de ojos pardos que vive en su casa pero conmigo. Y un rincón luminoso donde, de vez en cuando, me puedo sentar a escribir.
Entonces sí, a veces pongo la versión de Bill Evans de “A House Is Not a Home” y todo empieza a transformarse.
Javier Núñez


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